Cuaderno Extremeño para el Debate y la Acción

Por Fernando Pulido, profesor de la Universidad de Extremadura –

Los helicópteros no dan abasto en la verata sierra de Aldeanueva, donde finalmente acabarán ardiendo la mitad de las 4169 hectáreas afectadas este fatídico año. Junto al Charcón, una gran balsa de abastecimiento que ahora se aprovecha para sofocar el incendio, alguien ha sobreescrito en un gran cartel: “La Sierra pa los pencones, no pa los cabrones”, elocuente descripción del escenario de conflictos que subyace a la mayoría de los grandes incendios. Cuentan los pencones con los que hablo que en su sierra no queda más que una reducida partida de cabras domésticas y que las otras cabras, las monteses, se han apoderado del territorio como lo han hecho de todo Tormantos. Automáticamente uno echa la vista atrás y empieza a recordar todos los cabreros y majadas con los que se topaba hace treinta años en las vertientes verata y jerteña. Recuerda el intrincado sistema de lagunas, pesqueras y acequias de riego de prados y cultivos que se mantenía a los pies de los neveros. Y a las avileñas trashumantes que aquí estivaban para más tarde desplazarse a las dehesas del llano. Los miles de hectáreas ahora humeantes fueron un activo mosaico de aprovechamientos donde el gran incendio era imposible, pero en los últimos años el matorral ocupó prados y cultivos bajo una economía del ocio que suele acabar en tragedia. Los equipos de extinción están formados por profesionales muy cualificados, pero no podemos pedirles gestos heroicos en un escenario incontrolable de fuerte viento. Para que ellos no tengan que arriesgar su vida nosotros tenemos la obligación, desde nuestros respectivos ámbitos de trabajo, de promover un uso responsable del territorio. Para ello hay que perseguir las prácticas abusivas y desligadas de la realidad local y favorecer las actividades que generan productos de alta calidad mientras prestan servicios de prevención de incendios que no estamos pagando.