Macrogranjas y ganadería extensiva

Juan Serna Martín –

Hasta que llegó la pandemia, todo el sector agroganadero se encaminaba de forma imparable hacia una ganadería industrial, gigante y concertada con las grandes marcas agroalimentarias. Eso era la modernidad. Y no estar en esa línea era un modelo romántico o chapucero del que ya se encargaría el propio mercado de ir cerrándole las puertas.

La pandemia dio un giro brusco a todo el aparato productivo y a los hábitos de consumo, lo que nos llenó de esperanza a los que sabemos desde hace tiempo que ese gigantismo industrial nos lleva al despilfarro de la materia prima, a la contaminación masiva y a los grandes problemas de salud alimentaria, aparte de a otras posibles pandemias, como puede ser la de la gripe (¿peste?) aviar, sobre la que algunos científicos nos vienen advirtiendo ya desde hace tiempo.

Durante estos dos años de confinamiento y preocupación colectiva, parecía que la conciencia ambiental, climática y sanitaria nos llevaría a abordar una serie de grandes reformas que tendría que afectar necesariamente a la alimentación y al modelo productivo ganadero. Sin embargo, el peso de la estructura industrial y tecnológica, además de su gigantismo e inercia, son de tal envergadura que sus dueños se resisten con todas sus fuerzas a dichos cambios, pese a que los grandes escenarios de contaminación de suelos y aguas se estén produciendo continua y escandalosamente a diario, ya sea en el Mar Menor, ya sea en frutas y hortalizas de cultivos forzados, en granjas avícolas o en viveros piscícolas de diversa índole.

La relajación de las poblaciones y autoridades sanitarias tras la aparente pausa que nos ha dado esta plaga empieza a mostrar que la amenaza sigue en todo el mundo, y que las reformas pendientes han de abordarse, lo quiera o no la gran industria alimentaria.

En nuestro país tenemos suelo suficiente para que se desarrolle otro modelo de ganadería y agricultura mucho menos agresiva y más protectora para la salud, los recursos naturales y el clima.

Optar por este modelo es toda una revolución, contra la que está, sin duda, el modelo intensivo al que hemos llegado. Ese cambio progresivo solo será posible gracias a los consumidores ―que somos todos los ciudadanos amenazados tanto por esta epidemia como por las que están en puertas― y a las instituciones sanitarias, empujadas por nuestros cambios en cuanto a los hábitos de consumo y al control de forma más consciente y responsable de todo aquello que llega a nuestra mesa.          

El mundo rural, que fue vaciado en aras de un progreso mal entendido, es el que puede ayudar ahora a modificar un modelo agroalimentario que ya no se sostiene.

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