Por Agustín Muñoz Sanz –

Utilizo el primer verso del famoso poema de Gustavo Adolfo Bécquer en forma interrogativa porque ignoro el futuro. Es esta una grave deficiencia en tiempos de tanto Nostradamus y arúspices que predicen muy bien los hechos, pero siempre a toro pasado.
Esta pregunta de rezumos poéticos solo trasluce inquietud e incertidumbre. La que provoca no saber qué podrá ocurrir en los próximos meses con la pandemia. Al menos hasta que la mayoría de la población esté vacunada, mientras circulan las nuevas variantes y a sabiendas de que hay miles de personas que no respetan las eficaces medidas no farmacológicas de prevención.
Las estadísticas de diversas zonas del planeta son concluyentes respecto a un dato: la edad media de los pacientes ingresados, acogidos en las UCI y fallecidos ha disminuido respecto a la que existía hace unos meses. Es natural, porque los ancianos y personas con factores de riesgo están ya vacunados o se infectaron y superaron la enfermedad o, lamentablemente, fallecieron. Y son millones de personas.
¿Qué ocurrirá en los meses venideros? Nadie lo sabe, como nadie sabe cuál es el porcentaje mínimo de seguridad de inmunidad colectiva por más que proponga el 70 % para el próximo verano. Repito: nadie sabe el porcentaje de inmunidad. En este sentido, se debería acelerar la vacunación masiva del grupo de edad entre veinte y cuarenta años, porque las vacunas parecen muy eficaces para evitar la enfermedad grave, los ingresos y las muertes, pero también, y esto es muy importante, para cortar la transmisión del virus en la colectividad.
Culpar solo a los jóvenes parece injusto. Apelar al compromiso social de los irresponsables es una opción perdida. Sin embargo, me permito apelar a la ética de la mayoría ciudadana. Se trata de entender que el coronavirus aprovecha las aglomeraciones para difundirse, mutar y matar. Este hecho epidemiológico demostrado ocurre irremediablemente sea quien sea quien incumple las normas.
La pandemia, o epidemia planetaria, no ha acabado aún, ni mucho menos. Ni las vacunas son la solución definitiva. Las vacunas son un complemento imprescindible, pero insuficiente.
Las golondrinas, como las cigüeñas y los coronavirus, pueden ir y volver. O tal vez no, si se adaptan a las nuevas condiciones ecológicas. En cuyo caso siempre estarán entre nosotros.

Deja un comentario