La variante de Magacela

Por Agustín Muñoz Sanz –

El nuevo coronavirus pandémico caído en medio de una sindemia crónica (las injustas desigualdades entre los humanos) no deja de sorprender incluso a los más ilustrados. Aunque, para ser justos, hay que decir que, como los animales de la granja de Orwell, a unos más que a otros. Por ejemplo, cuando se habla u opina de las variantes mutacionales del virus. Tras la fiebre político-mediática ―con el cuñadismo irremediable subsecuente― referida a los anticuerpos, los antígenos, las PCR, los tratamientos (válidos e inválidos) y las esperanzadoras vacunas, la moda del momento son las variantes del virus. Y dejamos fuera del debate la guerra soterrada, o descarada, entre algunas multinacionales y la UE. Mucho más que una disputa entre cíclopes político-financieros, pues está implicada la Inglaterra post-Brexit y “borisjohnsiana”, lo cual, mientras que no se demuestre lo contrario, nos huele muy mal a los que aún no sufrimos de la anosmia social que puede mutar el olor de la guayaba convivencial en un tufo apestoso de alcantarilla.

Los virus, sobre todo los de tipo RNA, como el vigente coronado, mutan al azar por obligación genética. Las mutaciones son cambios o pérdidas de aminoácidos. Es el modo que tiene el virus de multiplicarse y difundirse. La mayor parte de las mutaciones son inocuas (ni fu ni fa). Algunas son malas para el virus. Otras le permiten avanzar en sus afanes existenciales en clara demostración de salir adelante los que mejor se adaptan (darwinismo). Cuando ciertas mutaciones predominan (mutaciones predominantes), los virus que la portan se hacen los dueños del campo de batalla. Y, en la pandemia actual, también de los medios de comunicación de masas.

Una variante viral no es más que un virus que ha sufrido algunas mutaciones con respeto al pariente original o predecesor (en el caso que nos ocupa, el virus de Wuhan es la especie original). Pero no se debe perder de vista que el supuesto virus ‘original’ venía mutando, muy probablemente, desde miles de años antes en las entrañas de los murciélagos (animales reservorios) y, casi seguro, en algunos animales intermedios (sea el feo pangolín o un bello gato de Ankara). Como es natural, es decir, perteneciente o relativo a la naturaleza, el virus sigue y seguirá mutando. Ya en el inicio de su biografía “oficial” entre los humanos (enero-febrero de 2020) hizo una mutación de un solo aminoácido (la famosa D614G). En poco tiempo (5 meses), la variante unimutacional se hizo predominante (90 % de los casos). Luego empezó el baile (mediático) con los visones de Dinamarca (una mutación que no fue a más), Inglaterra (23 mutaciones, con 8 en la espiga o proteína S), Brasil-Japón (12 mutaciones), Sudáfrica (9 cambios) y California (2 mutaciones). Las de Brasil, Sudáfrica y California pueden eludir los anticuerpos naturales y vacunales. Y así seguimos. Ahora estamos enfrascados en ver quién caza más variantes. A este paso, nadie se debería extrañar si apareciera la variante de Magacela, la Serena, Elvas (Portugal) o donde usted quiera, don Cándido. Esto puede parecer una broma, pero es muy serio. Aunque no hay que sacarlo fuera del tiesto biológico y evolutivo.

Se trata de que el coronavirus pandémico muta dos veces al mes, lo cual supone tener entre dos y seis veces menos capacidad mutante que los virus de la gripe. Muta poco, pero bien. Esta capacidad se puede incrementar a medida que exista mayor presión sobre el bicho debido a la inmunidad natural generada por los millones de infectados y a la inmunidad artificial a causa de las vacunas: un hecho excelente, pero de distribución-aplicación muy lenta. El virus irá buscando la forma de superar la presión humana. ¿Cómo lo hace? Pues, por ejemplo, aumentando su capacidad de difusión (mutaciones D614G y N501Y) o dificultando el trabajo bloqueante de los anticuerpos neutralizantes (mutaciones E484K y K417N).

¿Qué está pasando, pues, preguntó un extremeño sentado junto a la vía del AVE? ¿Se ha vuelto loco el virus? No. Lo que sucede es que, para demostrar estos cambios genéticos hay que hacer miles y miles de genomas mediante técnicas de nueva secuenciación. Inglaterra es pionera a través de un consorcio estatal, una fundación privada y doce universidades, y va a la cabeza (han realizado más de 150 000 genomas). Estados Unidos y Europa le siguen muy por detrás. En otros sitios, ni soñarlo. Por tanto, a medida que se vayan haciendo más estudios, aparecerán más variantes. ¡Qué ya estaban en el lugar o van estando con el tiempo, sin verlas!

O no, como diría el señor Rajoy, porque los dados del azar marcaron, marcan y marcarán la senda evolutiva del virus. Una senda cada vez más complicada para él por la presión antivírica de los tratamientos, las vacunas y la inmunidad natural de los humanos. A lo que el virus responderá mutando hasta alcanzar un equilibrio epidemiológico. Sería, con muy alta probabilidad de ocurrir, pero dicho con las naturales reservas, hacerse endémico y estacional; es decir, un visitante familiar de todos los otoños-inviernos, como los otros cuatro coronavirus respiratorios, sobre todo en los niños y adolescentes que hasta ahora parecían estar al pairo (algunas variantes actuales, como la inglesa, apuntan por ahí). O tal vez desaparezca: es lo que ocurrió a los primos epidémicos orientales SARS y MERS, mucho más efímeros y patógenos (letalidades entre 10-37 %, frente a menos del 2 % actual). Mientras llega el nuevo escenario se deben evitar las aglomeraciones humanas (la unidad de aglomeración es la familia, la peña, cuadrilla y otras más que todos sabemos), usar las mascarillas adecuadamente, hacer el lavado repetido de manos y superficies y recibir las vacunas cuando toque (ayer mejor que mañana, pues a menos difusión del virus, menos posibilidad de mutación) con independencia de ser concejal o trompeta de la banda municipal. Respecto a si valen y valdrán las vacunas actuales: sí. En cualquier caso, es bueno y esperanzador saber que ya se está trabajando en vacunas dobles o múltiples: se pueden fabricar en 42 días. Estas vacunas ofertarán la posibilidad de atacar a las nuevas y futuras variantes, incluso a la de Magacela o la de la Serena, si llegara a brotar como hace la mala hierba o avena loca en los trigales. No se extrañen los cuñados si se implantaran proyectos de revacunación anual, o por tiempos determinados, o alguna dosis de refuerzo (pensemos en la fiebre amarilla cada 10 años o en el tétanos según sean las herrumbrosas circunstancias). Todo en virtud de lo que diga el virus. Es decir, lo que dicte el azar imprevisible.

(Esta píldora no es una píldora al uso. Es un pildorazo. Y dada la complejidad del tema y del ingenio de nuestro infectólogo hemos decidido publicarla tal cual.)

Una respuesta a “La variante de Magacela”

  1. Avatar de Eduardo de Orduña Puebla
    Eduardo de Orduña Puebla

    Genial!. Científico, didáctico, irónico, optimista y entretenido. Quién conoce al Dr. Muñoz Sanz sabe que no podría escribir nada distinto para explicarnos la deriva que podemos observar en el futuro del maldito virus, desdramatizándola y haciendo hincapié en la observancia de las medidas paliativas.
    Leer a Muñoz Sanz, siempre un verdadero placer.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario