Me voy, pero no me voy

Por Agustín Muñoz Sanz –

A seis meses desde la declaración oficial de pandemia (OMS) y a nueve desde el comienzo (probable), han sucedido muchas cosas. Al redactar este escrito hay más de veinte millones de infectados conocidos y más de un millón de muertos por (o con) el virus.

El virus SARS CoV-2 que causa la enfermedad covid-19 es el mismo (15 mutaciones) que pasó, nadie sabe cuándo, desde los murciélagos a hospedadores intermediarios (en busca y captura, cuales malos de los ‘westerns’ de John Ford). El ser humano es el hospedador definitivo y, en virtud del número de modorros con plaza en propiedad, el mejor aliado del virus. El Homo sapiens sapiens, dicho lo de ‘sapiens’ con escepticismo estoico, desconocía al virus. Carecía de memoria inmunológica previa. De ahí el desastre.

En lo epidemiológico, hoy sabemos más que en febrero: el virus se acomoda en las vías respiratorias de millones de sujetos que no enfermarán. Hay asintomáticos (portadores), presintomáticos (diseminan el virus días antes de presentar síntomas) y sintomáticos (leves, graves y muy graves). El virus okupa las fauces de cualquiera. Daña más a algunos: ancianos, diabéticos, pacientes cardiovasculares, obesos, inmunodeprimidos y otros comórbidos. De cualquier edad (los niños y jóvenes enferman menos, pero puede ser grave), sexo, raza o condición. Machaca a los sectores socioeconómicamente inmunodeprimidos, los pobres de siempre. Las pulgas no abandonan a los perros enjutos.

En cuanto a la clínica, la infección debutó en el escenario pulmonar (neumonía grave de la comunidad). El tiempo ha diseñado el verdadero y pérfido perfil: un cuadro variopinto, agudo, subagudo o crónico. Novedad: no se sabe qué pasará con las secuelas y las múltiples ‘anomalías’ de los asintomáticos y oligoasintomáticos. No se barruntan las lindes. El tiempo dirá.

En el diagnóstico, las clásicas pruebas de búsqueda de anticuerpos (serología), y las técnicas rápidas (antígeno y anticuerpos), se han visto complementadas y superadas por las genéticas: la famosa PCR. Métodos extremadamente sensibles que detectan material no infectivo o no contagiante. Un hecho interesante que explicamos aquí: ‘Un disparo en la oscuridad’.

El avance terapéutico es lento, pero ha mejorado. El mejor conocimiento del virus y de la respuesta inmune del infectado permite actuar en varios niveles con monoterapia o tratamientos combinados. Hay mejor pronóstico, bueno en la mayoría, aunque preocupante o nefasto en algunos (no solo comórbidos). El futuro es incierto, desconocido, a pesar de los agobiantes nostradamus que predicen a toro pasado. Se confía mucho en las vacunas (no son inmediatas). Abundan modelos compitiendo en la carrera económico-político-mediática. La ciencia tiene su ritmo, ajeno a otros avatares. No se debe alterar. La prisa no es buena compañera de viaje. Es un palo en las ruedas del carro investigador. Un efecto secundario grave alentará a los antivacunas y negacionistas. Millones de niños evitarían vacunarse contra las infecciones históricas. Un regreso a la Edad Media. Las medidas no farmacológicas conocidas (efectivas) deben seguir vigentes. Los virus respiratorios llegan para quedarse. Cantando ‘Me voy, pero no me voy’ (Manolo Escobar).

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