¡Evohé!

Por Elisa Blázquez Zarcero –

Soy adicta al Festival de Teatro Clásico de Mérida desde que, adolescentes, mis amigos y yo nos colábamos a diario para ver las representaciones encaramados en el gallinero.

En aquellos años la misma obra se repetía durante muchas noches, así que terminábamos cada edición recitando de memoria el texto del coro, porque, entonces, casi todas incluían coro, y a mí, ese eco de los lamentos o alegrías de aquellos héroes y heroínas, era lo que más me emocionaba.

Luego, ya de manera formal, he repetido incontables veces, por trabajo o por placer, y el teatro de Mérida sigue pareciéndome lo mejor del verano extremeño.

Una tragedia de Sófocles, una comedia de Aristófanes, una ópera o un ballet bajo las estrellas, con el telón de fondo de unas columnas levantadas hace siglos, es una experiencia sublime.

Este verano, extraño y pleno de incertidumbre, ya me había resignado a su ausencia cuando me entusiasmó la noticia de que el festival acudiría fiel a su cita. Así que allí fui.

Vaya por delante que no creo que al aire libre se produzcan contagios masivos, pero pienso que lo que podía haberse convertido en referente y mascarón de proa para la cultura demostrando que es posible disfrutar de ella sin temor ni inquietud ha sido un fiasco.  La idea de seguridad, pregonada desde la dirección, se vino abajo cuando volvimos a estar tan apretujados como siempre y la “distancia de seguridad” fueron los habituales quince centímetros escasos entre espectador y espectador, ya que, como sabemos, el teatro de Mérida no reúne entre sus virtudes la comodidad…  

Con suerte será una anécdota más de las muchas que acumula este festival, el más longevo de nuestro país, pero se perdió la oportunidad de ser también el adalid de una nueva era para quedarse en nada debido al ansia comercial de sus responsables. Parece ser que han recapacitado y solo venderán el cincuenta por ciento del aforo para respetar las distancias. Si es así os hago el coro: ¡Evohé!

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