Por Marcelino Cardalliaguet Guerra –
La Naturaleza, con N mayúscula como corresponde a su importancia, forma parte muy cercana en la vida de los extremeños. La mayoría de nosotros la podemos disfrutar a diario a la puerta de nuestras viviendas. Con sus reclamos en primavera y verano, nos despierta cada mañana, transformada en golondrinas, vencejos o humildes gorriones; también en invierno, con los trompeteos de los grandes bandos de grullas migratorias. Llega todavía poderosa hasta el extrarradio de casi todos nuestros municipios, vestida de dehesa, bosque o cultivo tradicional lleno de vida y color en una intensidad y variedad que ya quisieran muchos de nuestros conciudadanos de Madrid, Barcelona, Valencia…
Pero ya la modernidad ha llegado a Extremadura, ya se ven aquí y allá desaparecer dehesas y viejos olivares, sustituidos por cultivos mecánicos a gran escala. La agricultura tiene que ser como la del resto de Europa: globalizada. Abandonemos las rotaciones y descansos de la tierra, los cultivos y variedades tradicionales. Viva la productividad y el dividendo, las semillas blindadas y las variedades de producción; adelante con pesticidas, herbicidas, fungicidas, fertilizantes…
Con tanto avance, pronto viviremos tan bien como los madrileños o los londinenses, sin rastro de naturaleza, pero con abundante comida barata y poco saludable, que engulliremos rápido para volver a nuestros trabajos precarios, soñando quizá con escaparnos el próximo puente a aquella zona remota, donde aún el campo es Naturaleza, la comida salud y el trabajo humilde, pero digno.

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